Es frecuente encontrar esta expresión en labios de los jóvenes. Más aún los fines de semana, cuando en muchos se desencadena un ansia de estrujar las horas, preferiblemente de la noche, en busca de sensaciones que les autoconvenzan de que "viven".
¿Qué es vivir? ¿Sólo tener sensaciones fuertes? ¿Sensaciones que nos llegan de fuera, que son externas a nosotros mismos? O, ¿acaso, vivir no tiene mas bien que ver con el propio ser?
Si yo creo que vivo en la medida en que poseo, cierro terriblemente el horizonte de mi vida. Más que "vivir a tope", estoy a merced de una serie de circunstancias que casi nunca dependen de mí, pues son externas a mi persona. Algo parecido sucede en el nivel del hacer. Creo que vivo cuando, por ejemplo, me divierto con mis amigos el fin de semana; en cambio, casi creo que muero cuando me pongo a estudiar, o a trabajar, durante la semana. Así recorto enormemente el arco de mi vivir.
La persona humana tiene la posibilidad de moverse a tres niveles, que no se excluyen entre sí, sino que se complementan, aunque existe entre ellos una jerarquía. Vivir como ser humano conlleva una armonía entre la materia, la mente y el espíritu. Son tres dimensiones con un papel preciso: convertirnos en seres capaces de discernir lo que nos hace personas.
De esta forma "vivimos a tope" no cuando hacemos lo que queremos -porque esto normalmente esclaviza, nos hace ser siervos de nuestras pasiones y caprichos-, sino cuando encauzamos todas nuestras energías hacia un ideal que nos dignifica como humanos, que nos hace libres, que nos permite ser personas y ayudar a los demás a serlo. Ésta es la felicidad que llena y nadie puede arrebatarnos.
Clemente, Abad de Silos.