jueves, 12 de febrero de 2009

Resistencia Báltica



Desde 1721 los territorios que formarán la futura Estonia pasaron a formar parte del Imperio Ruso, si bien la mayor parte de los mismos gozarían de una amplia autonomía; por su parte, en 1906 los estonios podrán enviar representantes a la Duma Imperial. Sin embargo, en febrero de 1917 se inicia el proceso revolucionario que culminará con la creación de un Gobierno Provisional el cual, no obstante, emanaba de la Duma. Pero a la par que se desarrollan estos acontecimientos, los bolcheviques crean en Petrogrado un Soviet o asamblea revolucionaria, generándose una situación que ha sido llamada como de «doble poder».

El 12 de abril de 1917 el Gobierno Provisional, dirigido por Demócratas Constitucionalistas (KDT) y social-demócratas, promulga un decreto por el que se establece una Asamblea Representativa de Estonia, que sería elegida indirectamente y cuyas funciones se limitarían a elaborar reglamentos, celebrándose elecciones a la misma en mayo de 1917 y constituyéndose en julio de ese mismo año. Pero en noviembre de 1917 los bolcheviques de San Petersburgo ejecutarán un golpe de Estado contra el Gobierno Provisional, lo cual sería respondido por la Asamblea Representativa estonia con la asunción de los poderes supremos hasta que se eligiera una Asamblea Constituyente, delegando mientras el ejercicio de la soberanía en un llamado Consejo de Ancianos, que el Soviet de Tallin disolvería inmediatamente.

Se proyectó celebrar elecciones entre enero y febrero de 1918, pero los comunistas las anularon. Ante el rumbo que tomaban los acontecimientos, el 19 de febrero se constituyó un Comité de Salvación de Estonia que, asumiendo la soberanía, proclamaba el 24 de febrero la independencia del país. A pesar de las rimbombantes declaraciones de Lenin y otros líderes comunistas en defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos, lo cierto es que a la salida de las últimas tropas alemanas que permanecían en suelo estonio, “dos divisiones del Ejército Rojo iniciaron la invasión de Estonia”.

Su objetivo era “crear un puente que una la Rusia de los Soviets con la Alemania y la Austria proletarias” con el fin último de extender la Revolución por todo el planeta (1).

Sin embargo, los estonios se organizaron rápidamente y lograron frenar las ofensivas soviéticas frustrando así los proyectos comunistas. A finales de 1919 se firmaba un armisticio y en virtud al Tratado de Paz de Tartü de 2 de febrero de 1920, “Rusia renunciaba para siempre a cualquier tipo de reclamación de derecho soberano sobre Estonia” (2).

Pero, la URRS no iba a renunciar tan fácilmente a sus proyectos expansionistas. Por su parte, los revolucionarios dejaron una terrible estela de represión y muerte: doscientas cincuenta personas asesinadas en Tartü, más de mil en el distrito de Rakvere y varias fosas comunes salpicando toda la geografía estonia, con decenas de cadáveres horriblemente torturados y mutilados, con cuerpos a los que se les había arrancado brazos, piernas, ojos...

La sangre de miles de estonios que lucharon o murieron contra el comunismo hizo posible que el 15 de junio de 1920 la Asamblea Constituyente aprobara una de las Constituciones más avanzadas de la Europa de entreguerras, desde un punto de vista tanto político como social, pero a los comunistas no les importaba que Estonia gozara de una democracia y un sistema de protección social ejemplares, simplemente ansiaban el poder.

Por eso, en abril de 1924 representantes del Partido Comunista Estonio se entrevistan en Moscú con Zinoviev con el objetivo de preparar una insurrección a la que debía seguir la invasión del Ejército soviético. En diciembre de 1924 estalló dicha insurrección, pero como no fuera secundada por la población, los planes bolcheviques para instaurar una República Soviética en Estonia fracasaron de nuevo y los soviéticos, al ver la resolución de los estonios, optaron por no tentar la suerte. Una vez más, el pueblo estonio resistió a los proyectos totalitarios comunistas.

No debemos obviar que esta amenaza imperialista soviética era una realidad muy latente y patente para los estonios, - y para cualquiera que no estuviera ciego -, por lo que no debe extrañarnos que formaciones como la Liga de Veteranos de la Guerra de Independencia, profundamente anticomunistas, ganaran en 1934 por “mayoría absoluta en los comicios locales de las tres ciudades más grandes de Estonia” (3) .

Y es que, en el marasmo que era la Europa de entreguerras, con dos totalitarismos expansionistas amenazando Europa, los estonios eran conscientes de que iban a tener que combatir en una nueva guerra de independencia contra los bolcheviques: Efectivamente, en septiembre de 1939 el gobierno estonio fue obligado por Stalin a firmar un acuerdo en virtud del cual, se establecerían tropas soviéticas sobre su territorio, si bien, no contentos con esto, en junio de 1940 tropas soviéticas invadían Estonia con el beneplácito de Hitler y en virtud al pacto germano-soviético de agosto de 1939. Los soviéticos crearon un gobierno títere, al frente del cual pusieron al izquierdista Johannnes Vares-Barbarus, si bien dejaron a Konstantin Päts al frente de la jefatura de estado, como muñeco de paja del gobierno títere soviético.

El proceso, muy similar al seguido a partir de 1945 en los países del Este, pasó por la convocatoria de elecciones a la nueva Asamblea Representativa del Pueblo, - elecciones a las, evidentemente, sólo podían concurrir candidatos designados por el Soviet -, la proclamación de la República Socialista Soviética de Estonia (21 de julio de 1940) y su incorporación formal a la URSS el 6 de agosto de 1940.Los estonios, sin embargo, no se resignaron y comenzaron a organizar pronto la resistencia; primero se optó por una resistencia cívica y política, de manera que para las elecciones de julio, líderes políticos y sociales y miembros de círculos culturales y académicos del país cooperarían en la formación de listas alternativas a la de la oficialista Unión del Pueblo Trabajador.

Los patriotas y demócratas estonios consiguieron colocar a 78 candidatos en 66 de las 80 circunscripciones electorales del país, pero las autoridades comunistas consiguieron expulsarles del proceso electoral (57 candidaturas fueron declaradas nulas, 20 candidatos se retiraron presionados por las amenazas y uno fue arrestado).

Si entre 1917 y 1920, los bolcheviques habían demostrado sus ansias expansionistas, ahora demostraban una vez más el “aprecio” que tenían por la democracia y la libertad: todo intento de oposición legal fue reprimido, prohibiéndose toda manifestación o concentración popular. “Para el final del verano de 1940 los estonios tenían claro que la resistencia sólo sería posible en la clandestinidad”.

Al principio, los resistentes más activos fueron los líderes jóvenes, los estudiantes y los universitarios. Por su parte, algunos miembros de la Liga de Defensa (Kaitseliit) , - formada por voluntarios y desarmada por los soviéticos entre el 17 y el 19 de junio de 1940 -, esperaban el momento adecuado para lanzarse a la resistencia activa.

Una de las primeras organizaciones de resistencia fue el Comité de Salvación (Päästekomitee) cuyos objetivos eran agrupar a todos los dispersos grupos de resistentes que se estaban organizando por todo el país y coordinar las acciones de resistencia, así como defender las vidas y propiedades de los estonios, mantener el orden y restaurar un poder civil independiente. Incluso consiguieron hacerse con una radio, gracias a la ayuda finlandesa, pero entre finales de 1940 y principios de 1941 los soviéticos consiguieron desarticular la red al aniquilar a su órgano central de coordinación.

Aunque era uno de los primeros y más importantes grupos de resistencia, no fue el último ni el único. Existían numerosos grupos, cuya tarea fundamental era recopilar información y reclutar activistas para la resistencia, pero pronto destacaron algunos como el organizado en la Escuela Estonia de la Salud, constituido en Tartü en septiembre de 1940 y al que pronto se añadió un grupo de jóvenes universitarios, los cuales empezaron a organizar grupos de combatientes.

Por su parte, en otoño de 1940 miembros de la Liga de Defensa del condado de Vöru formaron una organización armada, consiguiendo formar células de resistencia en todo la comarca. No obstante, la principal actividad de estos grupos era, por el momento, la organización, la obtención de información y prepararse para defender sus comunidades en caso de retirada soviética, caracterizada, como ya vimos en 1920, por la destrucción y el asesinato. Así mismo, se editaban y distribuían pasquines y propaganda, se ponían flores en monumentos que conmemoraban la independencia, - muchos de los cuales fueron destruidos por las autoridades comunistas – y el 24 de febrero de 1941, día en el que se conmemoraba la independencia, decenas de banderas nacionales estonias ondearon en todo el país en un claro mensaje y desafío a las autoridades soviéticas.

Pero la resistencia no se iba a ceñir a estas actividades. El primer líder guerrillero conocido fue Enn Murulaid, un joven que desertó del ejército cuando éste fue integrado en el Ejército Rojo, y que formaría una de las primeras Hermandades del Bosque, formadas a base de huidos y refugiados, grupos estos que crecieron especialmente cuando a partir de junio de 1941 los soviéticos llevaron a cabo deportaciones masivas de estonios a Siberia, - por ejemplo en la noche del 14 de junio de 1941 fueron deportadas más de diez mil personas - (4).

Así, como señalaba el escritor Juhan Jaik, “las autodefensas emergían en todas partes”. Sin embargo, estas guerrillas apenas tenían armas (5), lo cual condicionaba sus acciones y actividades, pero esto no desanimó a los voluntariosos estonios, que emplearon desde armas deportivas hasta las escondidas por algunos miembros de la Liga de Defensa cuando ésta fue disuelta. No obstante, también se organizaron unidades muy bien armadas y muy eficaces en combate, como es el caso de la Guardia Nacional del sur de Estonia, el ERNA I y II, el batallón guerrillero de Tartü, la compañía de voluntarios del capitán Talpak, el batallón del comandante Hirvelaan o la unidad de desembarco del teniente de Marina Loodus, unidades que contaban incluso con ametralladoras pesadas, unidades de granaderos, etc.

Algunas de estas unidades se unieron a la Wehrmacht cuando ésta llegó a Estonia tras iniciarse la invasión de la Unión Soviética, invasión que fue sentida por los estonios, - así como por letones, lituanos o ucranianos, entre otros pueblos sometidos a los bolcheviques -, como una liberación. Las autoridades alemanas disolvieron las unidades y guerrillas anticomunistas, si bien sus miembros pasaron a formar parte de una reorganizada Guardia Nacional cuya misión era garantizar el orden y la seguridad interna, los transportes y comunicaciones, la protección de plantas industriales, etc. Los soviéticos, por su parte, dejaron a miles de soldados rezagados, además de a partisanos y agentes, y sería la Guardia Nacional la que se encargaría de limpiar Estonia consiguiendo capturar a casi 21.000 soldados rojos y a 5.646 partisanos y agentes comunistas.

Todo el país hizo su contribución a la resistencia anticomunista, desde los diplomáticos y los intelectuales hasta, por ejemplo, los pescadores de las islas del Oeste del país, los cuales pusieron sus barcos pesqueros a disposición de las tropas de desembarco estonias que, junto con los alemanes, reconquistaron a los soviéticos dichas islas. Se calcula que un 1’1 % de la población se unió a la guerrilla anti-comunista (tengamos en cuenta que el Vietcong no consiguió reclutar a más de un 0’5 ó un 1 % de la población de Vietnam del Sur y en Afganistán las cifras oscilan entre el 1 y el 2 %), subiendo este porcentaje en algunas regiones, como por ejemplo en el norte, donde el porcentaje se eleva a un 1’7 % de la población (6).

A pesar de todo, tras la II Guerra Mundial, Estonia sería engullida por la Unión Soviética, ahora con el beneplácito de las potencias occidentales... Pero si encarnizado era el afán soviético por hacerse con el pequeño país báltico, no menos encarnizada sería la resistencia estonia: Hasta mediados de los años 50 operaría un movimiento de resistencia anti-comunista conocido como metsavennad, pero la abrumadora maquinaria militar y represiva soviética no daba opción a ninguna victoria militar.

Sin embargo, la URRS sería al fin derrotada, aunque no quizás como estos resistentes esperaban: era el propio régimen soviético, la propia naturaleza del sistema comunista el que iba a propiciar su derrumbe. No obstante, de nuevo los pueblos bálticos iban a jugar un papel esencial en la aceleración de la anhelada liberación. Precisamente dice Martín de La Guardia que sería Estonia la que “marcaría el camino del restablecimiento de la identidad perdida” (7) al crearse en diciembre de 1987 la Sociedad para la Preservación de la Historia de Estonia y fundarse en enero de 1988 el Partido Estonio para la Independencia Nacional, «el primer partido formal de oposición en el Estado Soviético desde la guerra civil (8)».

El 23 de junio de 1988 el Soviet Supremo restablecía la bandera nacional estonia, esa bandera que ya desafiara a los soviéticos tantas veces.Los pueblos bálticos se pusieron a la cabeza de la lucha por la soberanía y la independencia de la URSS, poniendo en marcha Frentes Populares como nueva forma de resistencia cívica anticomunista, constituyéndose en mayo de 1989 el Consejo de los Frentes Populares Bálticos; en esos agitados años, sangre báltica regaría de nuevo la tierra letona y lituana en la noche del 12 al 13 de enero de 1991, cuando unidades especiales del Ejército soviético atacaron diversos puntos neurálgicos de Riga y Vilnius...

Pero el derrumbe de la URRS era ya inevitable.Tras setenta años de esfuerzos y sufrimiento, de lucha y de resistencia contra el comunismo, los estonios son hoy libres.