miércoles, 21 de octubre de 2009

TRAFALGAR 21 DE OCTUBRE


21 de Octubre tal dia como hoy de 1805 tiene lugar la Batalla de Trafalgar. La armada franco-española cae derrotada por la flota del Almirante Horace Nelson.

Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero ,di que he muerto "

Cosme Damián de Churruca





El 19 de Octubre de 1805 diose la orden para que saliese á la mar nuestra escuadra, unida á la francesa, que desde Agosto estaba en el puerto, para ir en busca del resto de los barcos de ambas naciones que cruzaban á la altura de Cartagena, tratando de embocar por el estrecho. Efectivamente, vemos darse á la vela aquella grande escuadra compuesta de 33 navíos de línea y 8 embarcaciones auxiliares (Antes de la "deserción" en pleno combate del cobarde del contralmirante Dumanoir con 4 navíos franceses), mandada por el almirante francés Villeneuve y por el teniente general español Gravina.


Con hondo sentimiento contempló el pueblo de Cádiz aquella partida, pues sin saber por qué, todos presentían un funesto resultado. Mientras tenía lugar aquel acto imponente no cesaron de estar cubiertas las azoteas y murallas de hombres, mujeres y niños de ambos sexos, que despedían con gritos y con pañuelos á sus parientes y amigos de la escuadra.
Ni un alma se encontraba por las calles de Cádiz todos sus habitantes habían acudido como una avalancha a los muelles y sus cercanías. Yo vi á muchas señoras y mujeres del pueblo como Magdalenas: eran madres de los que iban a morir; su instinto les debía representar lo inminente de la catástrofe, máxime cuando desde los miradores se veían, cual amenazas fantasmas de la muerte, buques que asomaban por el horizonte. La consternación, aún antes de la batalla era general. Y cómo no había de serlo si apenas había en Cádiz una familia que no tuviere un ser querido en la escuadra que se alejaba? Yo también tenía en ella á un hermano querido y á tíos bondadosos que me habían estrechado en sus brazos al partir.
El 19 y 20 maniobró la escuadra á la vista de Cádiz, teniendo siempre pendiente de sus movimientos á aquella patriótica población.
Pero al amanecer del día 21, se encontraron las nuestras doblando el Cabo de Trafalgar, con la formidable escuadra británica, 27 navios además de 4 fragatas y 2 embarcaciones auxiliares, que además de tener el viento en su favor, estaba bajo la dirección del primer general de mar que han producido los modernos tiempos. Ya no se veía nada desde Cádiz; pero se tuvo en la ciudad noticia del próximo conflicto. á las nueve (le la mañana por conducto de unas embarcaciones de pescadores que habían pasado la noche fuera. Pronto el ruido lejano, pero continuado y fatídico de los cañones confirmó la nueva fatal. En el nutrido tronar de la artillería percibíanse a veces ruidos mayores como truenos prolongados: eran las naves que volaban.
El combate tuvo lugar del modo siguiente: Puestos los buques alzados en una línea, ya ordenado el zafarrancho y los ingleses en otra, calculó Nelson, que, perdiendo uno ó dos navíos de los suyos, lograría romper nuestra línea y envolvemos en dos círculos de fuego; y así fué. Mandó dos de aquellos al centro, como cernada, los cuales fueron deshechos inmediatamente; pero con esta estratagema consiguió abrir un claro, por donde entraron otros navíos enemigos, saliendo el plan al almirante inglés a las mil maravillas. El combate, sin embargo, fué porfiado, largo y sangriento. En él rayó el valor español á la altura de la epopeya, principalmente en los abordajes, en donde se acuchillaban y desgarraban como fieras. Navío español hubo que rechazó durante horas enteras el fuego y el abordaje de tres navíos ingleses.


Una división francesa, que estaba á sotavento, no quiso, ó no pudo entrar en combate, por lo que se alejó, dejando á sus hermanos tiñendo con su sangre las olas del mar. El único barco nuestro que iba en ella entró en fuego é hizo heroicidades.


A nuestro navío Trinidad le acometieron, primero, dos navíos de alto bordo, que destrozó á las primeras descargas; después vióse cercado por tres más, uno de ellos de tres puentes, el Victory, en que arbolaba su insignia el almirante Nelson, quien cayó herido mortalmente por una palanqueta, lanzada del Trinidad o del Redoutable que se hallaba por la proa de aquél.
El Trinidad quedó desarbolado y acribillado, pues se había batido con cinco, había sufrido seis abordajes, perdiendo casi toda su oficialidad, marinería y tropa, de tal modo, que mi hermano, no siendo más que simple guardia-marina, y con una herida de astilla en la cabeza, había quedado desde el intermedio del combate mandando las dos baterías de babor y estribor del segundo entre- puente. Igual destrozo sufrieron otros navíos, todos los más españoles y franceses, que tomaron parte en la acción, tales como el General, el Príncipe de Asturias, el Leandro, etc.


Aquel combate fué el más encarnizado que han presenciado los mares. Nadie pensó en conservar la vida sino en arrebatársela a sus adversarios.
Como si no fueran bastantes las tempestades que habían rugido en los pechos de aquellos fieros guerreros, los elementos se desencadenaron, á lo último, para dispersar y destruir lo que quedaba en medio de aquel líquido campo de desolación. El silbido del viento se confundía con los lamentos de los que, en los buques que flotaban á la ventura, sin marinos que los guiasen, haciendo agua y sin palos, se quejaban. Arrebatados por el temporal los pocos que quedaban hábiles para navegar, se hacían fuego en medio de la oscuridad, tomándose mutuamente por enemigos.


Muchos arribaron á nuestras costas, otros á las del África y algunos vinieron remolcados á Cádiz, por las embarcaciones que en su busca habían enviado las autoridades de marina cuando se hubo apaciguado el huracán.


El Trinidad se estaba yendo á pique; tanto, que ya se habían ahogado varios de sus heridos en la bodega y en el entrepuente que tenía debajo de la línea de flotación. La Providencia ó la casualidad hizo que pasase cerca de él una fragata inglesa, la cual, si bien al principio tuvo miedo de acercarse, temiendo una de las mortíferas andanadas que el navío había lanzado en aquel día memorable, perdió su recelo al ver que no sólo no le hacían fuego los de abordo, sino que, con señales, imploraban su auxilio. Entonces, el buque enemigo se acercó más y echó sus lanchas al agua para recoger, como prisionera, á la tripulación superviviente. Salváronse todos los que por no estar heridos ó estarlo levemente, pudieron tirarse desde la cubierta á los botes; los que no pudieron moverse perecieron, pues el Trinidad se fué a pique delante del buque inglés que le había socorrido.
A Gibraltar fueron conducidos los prisioneros españoles y franceses. De allí vinieron siete navíos ingleses, que estaban de reserva, para recoger los despojos de la victoria, trayendo luego á remolque gran número de buques españoles y franceses que no habían tenido la dicha de ser encontrados por los nuestros.
Cuando llegaron á Cádiz los poquísimos oficiales y marineros que habían escapado de aquel desastre, súpose que se había perdido el navío en que estaba mi hermano. Júzguese el pesar de la familia. No nos quedaba más que la lejana esperanza de que se hubiese salvado, trasbordándose á otro buque. En esta agonía, no nos quitábamos de los balcones, ni cesábamos de bajar al muelle á reconocer á la multitud de heridos que, como en procesión, eran llevados desde allí al hospital del Rey, unos en hombros, otros en camillas y los demás sostenidos por un padre ó un hermano. Todos lo reconocíamos: ninguno de ellos era el hermano querido, el hermano predilecto por quien lloraba mi padre. En esta angustia estuvimos dos días, largos como siglos, dos días en que duró aquella tristísima procesión de ataúdes y de enfermos, acompañada de los sollozos de millares de madres de familia. La mar no se cansaba de arrojar a las playas muertos desfigurados, muchos de los cuales apenas podían identificarse.


Todo Cádiz era un cementerio. Los sepultureros no daban abasto á abrir fosas, y era preciso hacer zanjas para enterrar á granel...
Las campanas de las iglesias no hacían más que doblar á muerto, los sacerdotes no cesaban de hacer honras fúnebres; todas las familias estaban de duelo:
ni una sola casa vi en que no se llorase la pérdida de alguno de sus miembros.
Las Cortes de Madrid y París hicieron en Cádiz unas suntuosísimas exequias por el eterno descanso de todos los que perecieron en Trafalgar. El entierro del general Gravina, muerto á los dos ó tres días del combate, fué el acto de esta clase más concurrido é imponente que he visto en mi vida.



SEVILLA, Rafael: Memorias de un oficial del Ejército español. Madrid, 1916

¡O patria! Cuántos hechos, cuántos nombres
Cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues tienes quién haga y quién te obliga
¿Por qué te falta, España, quién lo diga?”
Francisco de Quevedo Villegas


¡O patria! Cuántos hechos, cuántos nombres
Cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues tienes quién haga y quién te obliga
¿Por qué te falta, España, quién lo diga?”
Francisco de Quevedo Villegas
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¡O patria! Cuántos hechos, cuántos nombres
Cuántos sucesos y victorias grandes...
Pues tienes quién haga y quién te obliga
¿Por qué te falta, España, quién lo diga?”
Francisco de Quevedo Villegas