(Artículo de Roberto López Belloso publicado en el semanario Brecha de Uruguay)
La batalla de Kosovo fue la consecuencia inevitable del afán turco por conquistar Europa. Habían iniciado su campaña en 1356, cuando dejaron Asia y comenzaron una serie de luchas que les permitieron obtener las dos principales ciudades griegas del norte: Tesalónica y Adrianópolis, la actual Edirne turca. Teniendo en cuenta que el poder balcánico más importante de la época era la monarquía serbia (en 1345 un príncipe serbio había sido coronado Emperador de Serbios, Griegos y Albaneses) resultaba un desenlace natural que fueran estos monarcas los que unieran a los cristianos balcánicos para oponer un ejército poderoso al invasor musulmán.
regente húngaro Janos Hunyadi
Pero la de 1389 no fue la única batalla medieval que se libró en Kosovo. Hubo otra, 59 años más tarde, que fue decisiva para el control de los restos del Imperio Bizantino. La segunda batalla de Kosovo duró del 17 al 20 de octubre de 1448, y en ella los cristianos, esta vez comandados por el regente húngaro Janos Hunyadi (foto), resultaron nuevamente vencidos por los otomanos, ahora al mando del sultán Murad II. Se dice que lo que definió el combate fue el cambio de bando de los valacos, habitantes de lo que hoy es Rumania, que abandonaron a los cristianos y reforzaron a los musulmanes. Este gesto les valió a los Príncipes de Valaquia una amplia autonomía en los cinco siglos siguientes durante los cuales fueron dominados por los turcos, pero hizo fracasar el último intento serio de los balcánicos por salvar los jirones de Bizancio.
Cinco años más tarde, caía Constantinopla y terminaba así un período clave de la historia de la humanidad que se había iniciado un mileño antes con la partición del Imperio Romano. Los ecos de la cristiandad bizantina, u ortodoxa, todavía resuenan, sin embargo, en las iglesias eslavas y griega, tal vez porque la religión fue uno de los refugios en el que esas nacionalidades se protegieron de los más de quinientos años de dominio otomano. Todavía flamea la bandera imperial bizantina en los monasterios ortodoxos, y todavía el martes está considerado un día de mala suerte porque fue un martes el día en que cayó Constantinopla.
La segunda batalla de Kosovo (1448), históricamente, fue tanto o más decisiva que la del Campo de los Mirlos (1389), ya que fue gracias a la segunda batalla que los turcos tuvieron el camino libre para conquistar Constantinopla (1453), y fue dos años después de esa caída de la capital de Bizancio que lograron completar la ocupación de Serbia. Si se miran las fechas anotadas entre paréntesis -es difícil hacerlo ya que desde el presente todas parecen entremezcladas en ese borroso magma del pasado remoto- se puede detectar que entre 1389 y la caída total de Serbia mediaron sesenta y seis años, lo que relativiza la trascendencia real de la Batalla de Kosovo y vuelve más evidente que su importancia es esencialmente simbólica.