(Artículo de Roberto López Belloso publicado en el semanario Brecha de Uruguay)
La batalla de Kosovo se libró el 28 de junio de 1389, cerca de Prishtina, en la llamada Llanura de los Mirlos. Las crónicas de la época permiten imaginar el campo de batalla de aquel 28 de junio. Las tropas serbias comandadas por el príncipe Lazar estaban acampadas en la orilla derecha del río Lab. El ala izquierda estaba dirigida por Dimitrije Vukovic, el ala derecha por el enviado del rey bosnio Tvrtko, y el centro a cargo del príncipe Lazar en persona; la reserva quedaba en manos del yerno del príncipe, Vuk Brankovic. No habían podido obtener ayuda del rey de Hungría por falta de tiempo, y varios de los señores feudales serbios estaban prestando servicios -paradojalmente- a órdenes del Sultán otomano en otros puntos del imperio en virtud de acuerdos previos de vasallaje.
El que se preparaba era un combate entre dos fuerzas que ya habían medido su pulso. Lazar había derrotado a los turcos en dos oportunidades, en 1381 y 1386. Su aliado, el rey Tvrtko de Bosnia, también los había vencido en 1386 y 1388. Por eso los otomanos habían decidido formar un ejército invencible al mando del propio Sultán para castigar esas afrentas. Su avance fue incontenible. Tomaron la ciudad de Nish luego de un sitio de 25 días, y el soberano otomano envió un mensaje al príncipe serbio que, de acuerdo con la literatura épica balcánica, decía: “Oh Lazar! Zar! Señor de todos los serbios, lo que nunca ha sido nunca podrá ser:una única tierra en manos de dos señores,un único pueblo tributando doblemente; No podemos reinar juntos,entonces envíame todas las llaves y todos los tributos,las llaves de oro que abren todas las ciudades,todos los tributos de estos siete años,y si tú no me envías todo esto de una sola vez,lleva tus ejércitos a la llanura de Kosovo,y allí nos dividiremos el país con nuestras espadas”
Un capitán griego al servicio de los otomanos, Evrenos Bey, conocía las costumbres cristianas ortodoxas por lo que aconsejó al Sultán atacar en las primeras horas de la mañana, cuando los nobles serbios estarían participando del servicio religioso. Así lo hicieron y tomaron al enemigo por sorpresa. A pesar de eso, el comienzo no fue favorable a los turcos. El historiador otomano Neshri, cronista al servicio de Murad, escribió: “Los arqueros de los fieles lanzaron sus flechas desde ambas orillas. Numerosos serbios se pusieron de pie como si fueran montañas de hierro. Cuando se hizo un pequeño claro en la lluvia de flechas, ellos comenzaron a moverse, y pareció como si las olas del Mar Muerto estuvieran rugiendo...De pronto los infieles arreciaron contra los arqueros del ala izquierda, los atacaron de frente y, habiéndolos dividido, los hicieron retroceder. Los infieles destruyeron también otro regimiento y se pararon detrás del ala izquierda..Así, los serbios empujaron completamente ese flanco, y las confusas novedades del desastre comenzaron a difundirse entre los turcos bajando su moral...Bayazet, con el ala derecha, se había movido tan poco como la montaña que tenía a su lado. Pero vio que era muy poco lo que faltaba para que el Sultán perdiera todo su ejército”. Pero fue el propio Sultán el que volcó las cosas a su favor (algo muy adecuado para alimentar mitologías). Atacó el flanco de las fuerzas serbias y les causó considerables pérdidas.