viernes, 14 de noviembre de 2008

El gulag I


por Anne Applebaum


Anne Applebaum es editorialista y miembro del Consejo Editorial del Washington Post. Es parte del Comité Internacional de Selección 2004 del Premio Milton Friedman para el Avance de la Libertad. El 5 de abril ha sido galardonada con el Premio Pulitzer en la categoría No-Ficción por su libro: Gulag: a History (Gulag: Una Historia). Este ensayo es un extracto de una conferencia dada el 7 de noviembre del 2003 en Nueva York y publicada en la Edición de Invierno (Número 1, Volumen 2) de Cato's Letter.


Cuando hablo o escribo sobre los campos de concentración soviéticos, siempre me gusta comenzar con una aclaración, porque no quiero atribuirme que, al escribir una historia narrativa del Gulag, he descubierto un nuevo tema que nunca antes ha sido tocado. El libro de Solzhenitsyn, Gulag Archipelago, la historia del sistema de campos de concentración que se publicó en Occidente en los años 1970, en gran medida ha sido correcto. Aunque el autor no tuvo acceso a los archivos y basó todo su escrito en cartas y memorias de otros prisioneros, ahora parece que comprendió muy bien la historia del sistema. Sin embargo, en los años que he llevado investigando para mi libro Gulag: A History (Gulag: Una Historia), concluí que los archivos pueden hacer una diferencia para nuestra comprensión. Los documentos, por ejemplo, me permitieron ser mucho más precisa de lo que era posible en el pasado. Gracias a los recientemente abiertos archivos soviéticos, ahora sabemos que existieron por lo menos 476 sistemas de campos de concentración, cada uno conformado por cientos, incluso, miles de campos individuales, que en algunos casos se extendían sobre miles de millas cuadradas de lo que, de otra manera, sería tundra vacía. También sabemos que la vasta mayoría de los prisioneros eran campesinos y trabajadores, no los intelectuales que luego escribían memorias y libros. Sabemos que, con unas pocas excepciones, los campos no eran construidos específicamente para matar personas: Stalin prefería usar pelotones de fusilamiento para conducir sus ejecuciones masivas. No obstante, a menudo los campos eran letales: cerca de un cuarto de los prisioneros de los Gulag murieron durante los años de la guerra. La población de los Gulag también era muy fluida. Los prisioneros se iban porque morían, porque escapaban, porque tenían cortas condenas, porque iban a ser entregados al Ejército Rojo o porque habían sido promovidos –como con frecuencia sucedía- de prisionero a guardia. Esas liberaciones invariablemente eran seguidas por nuevas olas de arrestos.