“Me Recuerda Montana”
En 1944, el vicepresidente Henry Wallace visitó Kolyma, uno de los más notorios campos de concentración, durante un viaje a través de la Unión Soviética. Creyendo que visitaba algún tipo de complejo industrial, le dijo a sus anfitriones que el “Asia Soviética”, como la llamó, le recordaba al salvaje oeste, en particular a Montana, que era de donde él venía. Dijo: “Las vastas extensiones de sus campos, sus bosques vírgenes, ríos amplios y grandes lagos, todos los tipos de climas, su inagotable riqueza, me recuerdan mi tierra”. No era el único en rehusarse a ver la verdad sobre el sistema estalinista en ese momento; Roosevelt y Churchill también se tomaron sus fotografías con Stalin. Juntas, todas estas explicaciones tuvieron sentido alguna vez. Cuando por primera vez comencé a pensar seriamente en este tema, mientras el comunismo colapsaba en 1989, también vi la lógica: parecía natural, obvio, que debería saber muy poco sobre la Unión Soviética estalinista, cuya historia secreta lo hizo todo más intrigante. Más de una década después, lo siento muy diferente. La Segunda Guerra Mundial ahora pertenece a una generación anterior. La Guerra Fría también terminó y las alianzas y quiebras internacionales que produjo se volvieron buenas. La izquierda occidental y la derecha occidental ahora compiten sobre asuntos diferentes. Al mismo tiempo, la emergencia de nuevas amenazas terroristas a la civilización occidental hace el estudio de las viejas amenazas comunistas a la civilización occidental, más relevantes. Me parece que es tiempo de dejar de ver la historia de la Unión Soviética a través de los reducidos lentes de la política estadounidense y comenzar a verla por lo que realmente fue. Ciertamente ello nos ayudará a entender nuestra propia historia. Porque si olvidamos el Gulag, tarde o temprano olvidaremos nuestra propia historia. Después de todo, ¿por qué peleamos la Guerra Fría? ¿Fue por locos políticos derechistas, en alianza con el complejo militar-industrial y la CIA, que inventaron todo y obligaron a dos generaciones de estadounidenses a acompañarlos? ¿O algo más importante estaba sucediendo? La confusión ya está extendida. En el 2002, un artículo en la revista británica conservadora Spectator opinó que la Guerra Fría fue “uno de los más innecesarios conflictos de todos los tiempos”. Gore Vidal también describió las batallas de la Guerra Fría como “cuarenta años de guerras sin sentido que crearon una deuda de $5 millones de millones de dólares”. Ya estamos olvidando qué fue lo que nos movilizó, lo que nos inspiró, lo que mantuvo a la civilización de “Occidente” unida por tanto tiempo. También hay razones más profundas para entender esta parte medio olvidada de la historia. Si no estudiamos la historia del Gulag, algo de lo que sabemos de la humanidad misma se distorsionará. Cada una de las tragedias masivas del siglo 20 fue única: El Gulag, el Holocausto, la masacre de Armenia, la masacre de Nanking, la Revolución Cultural, la Revolución de Camboya, las guerras de Bosnia. Cada uno de esos eventos tuvo diferentes orígenes históricos y filosóficos y surgió de circunstancias que nunca más se repetirán. Sólo nuestra habilidad para degradar y deshumanizar a nuestros semejantes ha sido –y será- repetida una y otra vez. Entre más entendamos cómo diferentes sociedades han transformado a sus vecinos y conciudadanos en objetos; entre más sepamos de las circunstancias específicas que llevaron a cada episodio de asesinato masivo; mejor entenderemos el lado más oscuro de nuestra propia naturaleza humana. Yo escribí mi libro sobre el Gulag no “para que no vuelva a suceder otra vez”, como dice el cliché, sino porque sucederá otra vez. Necesitamos saber por qué –y cada historia, cada memoria, cada documento es una pieza del acertijo. Sin ellos, despertaremos un día y nos daremos cuenta que no sabemos quiénes somos.