En la Natividad del Señor
»De nuevo los pueblos de la tierra se preparan para las fiestas y las alegrías de la Navidad del Señor, del santo nacimiento de Cristo.
Pero esta alegría está hoy oscurecida, en todas las almas por la inquietud: por la suerte de la institución cristiana del mundo, institución dada por Dios mediante el envío de Su Hijo, cuyo nacimiento vamos a celebrar ahora de nuevo.
Porque he aquí que la mano del Diablo ha desatado en nuestros días la más encarnizada guerra contra la Iglesia, fundada por Nuestro Señor Jesucristo. Nunca, desde que el Salvador vino a nosotros, se ha sublevado una parte de la humanidad con tanto odio y empuje para destruir la institución y el orden cristiano del mundo. Mueren los hombres por millares, unos para destruir los altares de los templos de Cristo y otros para defenderlos. El comunismo es como la bestia roja del Apocalipsis, que se levanta para expulsar a Cristo del mundo.
Hoy, en la Navidad del Señor, no nos está permitido tener sólo alegría en nuestras casas, sino también el cuidado de guardar el mayor don que nos ha hecho Dios, enviando a su Hijo entre nosotros.
Sin duda, la bestia roja será vencida al fin, pues la Iglesia fundada por Cristo no podrá ser vencida ni «por las puertas del Infierno». Pero he aquí, sin embargo, que en los países donde el comunismo diabólico ha vencido, la Iglesia ha sido aniquilada. No para siempre, pero sí para el siglo actual, Y en su lugar se ha enseñoreado el poder diabólico de la incredulidad, de la corrupción, con los sufrimientos y la muerte espiritual y corporal de los hombres de hoy. Creemos en la resurrección de la Iglesia, tanto en Rusia, como en la España comunista. Pero esta resurrección, como la salvación de nuestra patria, de la desgracia del dominio del Anticristo, depende de nuestro esfuerzo. Dios ha dicho que «las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia», porque Dios ha tenido confianza en el esfuerzo de los hombres, en su adhesión a Él.
Pero si no nos despertamos y no nos lanzamos al cumplimiento de nuestro deber en la guerra que han desencadenado las huestes diabólicas, entonces sobrevendrá la catástrofe, como ha sobrevenido en otras partes. Y quien sabe cuantos siglos de expiación, de esclavitud y de tortura, tendrán que pasar sobre las vidas de nuestros desgraciados descendientes, hasta que seamos dignos de alegrarnos de nuevo, del señorío de la Iglesia sobre las almas de los hombres.
La hora de hoy es una hora difícil. Del cumplimiento de nuestros deberes en esta hora, depende el hecho de que las futuras generaciones de hombres, hijos, nietos y bisnietos nuestros, se alegren o lloren en el día de Navidad.
No permitamos que nuestros descendientes pierdan los beneficios espirituales del nacimiento del Salvador. No les dejemos una patria sin iglesias, sin imágenes santas, sin la protección de las manos de Dios. No dejemos a nuestros hijos una vida en la que se perderán para Cristo.
Y para esto, no huyamos ante el sacrificio para defender la Cruz.
Sólo este sacrificio puede rescatar a Jesucristo para nuestros descendientes; sólo por este sacrificio podrán tener a Jesucristo entre ellos en el día de Navidad de los años sucesivos, de los siglos venideros.
Porque sin lucha valerosa, ni el Arcángel San Miguel ha podido librar al Cielo de las huestes de Lucifer, de las huestes de los ángeles rebeldes.
Los legionarios rumanos que en estos días de Navidad luchan por la Cruz en tierra española os llaman para que les sigáis.
ION I. MOTZA
(De «Libertatea» núms. 37 y 38, Navídad de 1936.)