lunes, 26 de diciembre de 2011

Heraldos de España


El capitán de Artillería Julio Ruiz de Alda y Miguélez (copiloto, de Estella, Navarra)


El miércoles 10 de febrero de 1926, poco después del mediodía, a las 12.27, acuatizaba en aguas del Río de la Plata, en el puerto de Buenos Aires, el hidroavión Dornier Wal, "Plus Ultra", de la Aeronaútica Militar Española, que había realizado la hazaña de unir en un vuelo transatlántico la onubense ciudad portuaria de Palos de la Frontera, con la capital argentina. Curiosamente, desde el punto inicial del viaje también habían partido las carabelas de Cristóbal Colón, que llegaran a América en 1492.


Heraldos de España

(De "La Nación"-Buenos Aires, 11 de febrero de 1926)

El pueblo de la metrópoli ha salido al encuentro de los mensajeros de España con un grito de inmenso júbilo. El avión que descendió sobre el río con tan gallarda naturalidad de pájaro que va en lo alto del firmamento, sobre los anchos océanos cuyas brumas esconden los pliegues obscuros de la muerte, desencadenó en todos los pechos la fuerza del mismo latido y movió todas las manos en el mismo frenesí.

De este modo la ciudad nuestra, imantada por el uniforme sentimiento de alegría, acogió a los héroes y les expresó, con los rostros radiantes, con las voces estalladas en el espacio luminoso, lo que significa para la comunidad argentina la hazaña española, en el claro esplendor de su belleza heroica y en la severa esbeltez de su dignidad humana. Así repiten los hombres de la raza descubridora los hechos insignes que flamean en su historia, y en su historia se nos imponen con la ruda y gloriosa rotundez de una canción de gesta.

¿Quién no ha evocado en estos días de albricias triunfales a aquellos otros varones que surgieron del largo silencio de la meditación para lanzarse hacia las aguas tenebrosas, en el siglo en que el mundo tenía por límite un abismo de pavores? ¿Quién no ha pensado en las legiones que siguieron las huellas de las carabelas temerarias y débiles y se dispersaron por el Continente oculto en el misterio y le infundieron su espíritu y le dieron por acento la sonora potencia de su idioma? Y de nuevo, de la costa de Palos de Moguer, donde se yergue el campanario tímido que plañió en su lengua de bronce el augurio de buena ventura en la eterna mañana de la partida, donde vaga todavía la sombra doliente del que veía en lo ignoto, de Palos de Moguer, sumida en la austera melancolía de su soledad provinciana, han venido, cernidos sobre la ruta inmortal, para traer en sus alas obstinadas el saludo materno de España.

Y han venido para decirnos con su actitud maravillosamente sencilla lo que es el alma profunda y fértil de España.

Esa España de poesía en la acción, de la fantasía gigantesca en los propósitos, del don de lo desmesurado, del amor a lo inabarcable, de la mirada en lo imposible, para domar así lo inabarcable y para vencer así lo imposible, esa España que midió la tierra, es la que hemos recibido ayer con el corazón estremecido en los que llegaron del otro lado del Atlántico alucinando de visiones. Y al encontrarse en Buenos Aires, enguirnaldada y empavesada, los navegantes magníficos podrán creer que están en su propio solar porque les hablamos con sus palabras, los proclamamos en el ritmo recio y melodioso en el que se meció su vida y les envolvemos en el arrebato de una ternura fraternal que revela la honda intimidad de la progenie hispánica.

Son los bienvenidos en el seno de esta familia cordial, que sueña los sueños del caballero errante de la justicia, que ama en el verso español, que canta su regocijo en el cantar castellano y que ahora enarbola, bajo el cielo feliz, el pabellón de la Reina Católica, que flameó en el mástil de la Santa María y animó con su sangre y con su oro el ágil cuerpo del Plus Ultra.