11Calado el yelmo, la coraza puesta,
la espada al cinto, y a su brazo escudo,
más ligero corría por la floresta
que en pos del palio va el gañán desnudo.
Tímida pastorcilla el pie tan presta
jamás volver ante la sierpe pudo,
como del freno Angélica atrás tira,
cuando el guerrero que se acerca mira.
12 Era el infante el paladín gallardo,
señor de Montalbán y de Aimón hijo,
al que hurtado le fue el corcel Bayardo
por caso que ahora es narrar prolijo.
Al verla, aunque de lejos, no fue tardo
en conocer con sumo regocijo
el gesto y bella faz divina y leda
que en la amorosa red lo trae y enreda.
13 La dama vuelve su montura presta,
y por la selva en frenesí se arroja;
ni ya en rala ni en densa floresta
la senda más segura y franca antoja;
mas, pálida, temblando y descompuesta
deja al caballo que la senda escoja.
De un lado a otro por la selva fiera
tanto vagó, que vino a una ribera.
14 Allí a Ferragús halla a destiempo
de polvo lleno y todo sudoroso.
De la batalla lo apartó ha ya tiempo
deseo de beber y hacer reposo;
mas resta, a su pesar, del contratiempo
de ver que por beber avaricioso
cayó el yelmo en el río por descuido
y aún de él rescatarlo no ha podido.
15 Todo lo fuerte que gritar podía,
gritaba la doncella horrorizada.
Se alza ante esta nueva gritería
el árabe, y veloz echa mirada;
y al punto ve a la hermana de Argalía,
que, aunque es del miedo pálida y turbada
y ha ya tiempo que nada escucha de ella,
la sabe al punto Angélica la bella.
16 Y, porque era cortés y asaz parece
no menos que los dos primos él arda,
toda merced de que es capaz le ofrece
y, aun sin el yelmo, a dar favor no tarda;
toma el arma y furioso comparece
donde de él poco el franco se acobarda.
Otras veces se habían no ya tratado,
mas ya en las armas visto y ya probado.
17 Trabaron, pues, una crüel batalla,
a espadas, pues a pie la lucha era;
no ya el arnés, no ya la fina malla,
el yunque tales golpes no sufriera.
Y, en tanto uno con otro así se halla,
mejor será que el palafrén refiera,
que, cuanto el bruto a cabalgar alcanza,
al bosque y la campaña ella lo lanza.
18 Después de fatigarse un tiempo en vano
tratando ambos que el otro caiga al prado
(pues no era menos con el arma en mano
éste que aquel o aquel que éste avezado),
quiso primero el paladín cristiano
hablar al español moro esforzado,
como hombre que de fuego sufre asedio,
se abrasa todo y no encuentra remedio.
19 Y dijo así: «Quizás crees mía la ofensa,
mas tú también saldrás de esto ofendido:
si aquí me traes, porque la luz inmensa
del nuevo sol el pecho te ha encendido,
¿cuál crees que habrá de ser tu recompensa?
Por más que o me hayas muerto o reducido,
no será tuya la gentil doncella,
si, mientras nos cansamos, huye ella.
20 »Tanto mejor será, pues tú la quieres,
que atajes su camino y hagas vano,
y que a hacerlo esperar no más esperes,
antes que más se aleje de este llano.
Entonces, cuando a ella aquí tuvieres,
probemos de quién es espada en mano.
Después de tanto afán, no sé otra maña
que más nos favorece y menos daña.»
Extracto del canto I del poema Orlando Furioso, por Ludovico Ariosto