El "guión" de los acontecimientos revolucionarios era igual en casi todas partes. Durante las demonstraciones masivas, promovidas por el estudiantado y que luego se hicieron generales, el pueblo se apoderó de las plazas anteriormente dominadas por las odiadas organizaciones opresoras del poder. Constituía un acto simbólico de la limpieza de las plazas el quitar los símbolos de la dominación (estrella roja, monumentos a los héroes soviéticos). El "derrocamiento de ídolos" era la expresión de la liberación espiritual de la tiranía.
Los acontecimientos continuaron con la redacción de las reivindicaciones, la elección de las comitivas para dialogar con el poder local y el surgimiento de los gérmenes de la autoorganización. Este proceso culminó con la confrontación armada abierta con las fuerzas del sistema stalinista-"rákosista".
La autoorganización en las ciudades del interior del país se caracterizaba por la participación masiva de los obreros, los jovenes y los oficiales locales del ejército. En las aldeas, a su vez, protagonizaban los eventos revolucionarios aquellos campesinos -pequeños propietarios individuales-, que todo el tiempo se habían rehusado a la presión política y a la colectivización de la era de Rákosi. Varios dirigentes de los partidos de coalición de después de 1945, que no se habían desprestigiado, tanto en Budapest como en las poblaciones del interior, llegaron a estar de la manera más natural entre los dirigentes de los comités revolucionarios.
Cada comité nacional de aldea y cada consejo obrero fabril expresaba sobre todo reivindicaciones propias del lugar o específicas de la capa social, que constituían programas de acción concretos que iban más allá del logro de los grandes objetivos de la sociedad y de la nación enteras. Toda organización y toda fuerza política de la capital y la provincia estuvo de acuerdo con la meta triple de la revolución: independencia nacional, estructura política democrática civil y conservación de los logros sociales.
Las autoorganizaciones revolucionarias de los centros de la provincia ejercieron una sensible presión política sobre la dirección del partido y del estado, y concretamente sobre Imre Nagy. A este respecto, su importancia era casi igual a la de los sublevados armados de la capital, ya que sin la presión política que ejercieron, el gobierno de Imre Nagy probablemente se hubiera quedado "a medio camino", entre la plataforma de la oposición partidista y los objetivos revolucionarios.
Mientras que las organizaciones revolucionarias y los sublevados capitalinos insistían en las reivindicaciones del 23 de octubre, en la sede del PTH se libraba una atroz lucha política entre los de la "línea dura", por un lado, e Imre nagy y sus seguidores, por el otro. Al comienzo, Imre Nagy trató de satisfacer al mismo tiempo las exigencias del pueblo sublevado y de tranquilizar a la dirección soviética, preocupada por la unidad y el mantenimiento de la fusión del campo socialista. No obstante, más adelante se vio obligado a tomar una decisión. Vio la política catastrófica de Gerõ y su gente, y tomó en cuenta que para los soviéticos él ya no era un dirigente aceptable. Tenía claro que cualquiera que fuese el desenlace final, sería él a quien le achacarían la responsabilidad. En estas circunstancias trató de influir favorablemente sobre la situación. Prosiguió la lucha en la dirección del partido. Sus adversarios húngaros y los delegados soviéticos que entre tanto llegaron a Budapest, Anastas Mikoian y Mijail Suslov no le tenían confianza a Imre Nagy, pero sabían que sin él, sólo las bayonetas soviéticas podían salvar el sistema comunista. En un principio ni los soviéticos querían esta solución radical, porque temían los efectos y las consecuencias internacionales impredecibles de una eventual masacre masiva.
El 25 y el 26 de octubre parecía que la línea dura y las unidades armadas que acataban sus órdenes eran capaces de obstaculizar el desenlace. El día 25 abrieron fuego contra los manifestantes desarmados reunidos frente al Parlamento, armando una verdadera masacre. En numerosas ciudades del interior, las ráfagas asesinas cobraron centenares de víctimas.
Fue un acontecimiento importante del 25 de octubre, que Ernõ Gerõ, presionado por los soviéticos, dimitió de su cargo de dirigente del partido, y lo reemplazó János Kádár.
El día 27 se formó un nuevo gobierno, en el cual llegaron a ocupar cargos dos personalidades prestigiosas del Partido de Pequeños Propietarios que había reanudado su actividad: el ex-presidente de la república Zoltán Tildy y Béla Kovács, quien había regresado hacía poco de la prisión soviética. Tras tres días de debate, en la madrugada del día 27 al 28, Imre Nagy y los partidarios del desenlace llevaron a cabo, con el apoyo de los dirigentes soviéticos, la transición en el Comité Político: en vez de "contrarrevolución", los acontecimientos se consideraban un movimiento democrático nacional, y se puso fin a las acciones armadas contra los sublevados. El 28 de octubre Imre Nagy decretó el alto el fuego. Durante los dos días siguientes, la dirección del partido y el nuevo gobierno aceptó buena parte de las reivindicaciones revolucionarias. Las tropas soviéticas fueron retiradas de Budapest, el 30 de octubre Imre Nagy proclamó el sistema pluripartidista, o sea, aceptó las proporciones del gobierno de coalición de 1945 y reconoció las autoorganizaciones locales, así como los consejos obreros de las fábricas. Dentro del gobierno se creó un pequeño cuerpo de coordinación política, el gabinete, integrado por Zoltán Tildy, Béla Kovács, Géza Losonczy, lo mismo que János Kádár y Ferenc Erdei. Un asiento fue reservado para los socialdemócratas. Imre Nagy anunció que su gobierno iba a entablar negociaciones sobre la retirada completa de las tropas soviéticas de Hungría. Incorporaron a los sublevados en la milicia que se comenzaba a organizar, y a la cabeza de la cual se había nombrado a oficiales del ejército y de la policía que estaban de acuerdo con la revolución, entre ellos Pál Maléter, Béla Király y Sándor Kopácsi. El 30 de octubre el gobierno disolvió la ÁVH.
En los días siguientes coexistieron paralelamente factores estabilizadores y destabilizadores. La terminación de la lucha armada y las decisiones del gobierno habían traído algo de paz y tranquilidad. Se instituyó la milicia y se inició la organización de los distintos partidos democráticos. Al mismo tiempo, a muchos se les escapaba el odio almacenado contra el régimen anterior, reprimido durante varios años, lo que en algunos casos se manifestó en condenas populares callejeras. El linchamiento que tuvo lugar después del sitio de la sede del partido en la plaza Köztársaság de Budapest, cobró una docena de víctimas. Una parte de las organizaciones revolucionarias y de los grupos sublevados cada vez más radicales desconfiaba en el gobierno desde el comienzo. Exigían que se tomaran decididas medidas ulteriores con el fin de garantizar la independencia nacional. Requerían y urgían que se purgara el gobierno de los antiguos ministros "rákosistas". Los consejos obreros continuaron la huelga.
El 30 de octubre el cardenal József Mindszenty se liberó de su cautiverio. Muchos se agrupaban en torno a él con la intención de formar más adelante un gobierno de orientación cristiana. Aunque en sus declaraciones el cardenal evitaba romper la unidad nacional, repelió la línea seguida por Imre Nagy.
El factor que influyó decisivamente sobre la situación, fue el comportamiento de la dirección soviética. El 31 de octubre y el 1º de noviembre había cada vez más indicios de haberse llevado a cabo un viraje en Moscú y de la inminencia de una nueva intervención armada. Imre Nagy se vio en una situación trágica. El pueblo reclamaba la retirada inmediata de las tropas soviéticas, quería neutralidad y un sistema pluripartidista. El mismo también se lo había imaginado de esta forma, pero pensó que llevarlo a cabo debía tomarse años, haciéndolo de manera gradual. Los soviéticos, sin embargo, querían que Imre Nagy consolidase las condiciones de Hungría de acuerdo con los criterios de ellos.
Los acontecimientos continuaron con la redacción de las reivindicaciones, la elección de las comitivas para dialogar con el poder local y el surgimiento de los gérmenes de la autoorganización. Este proceso culminó con la confrontación armada abierta con las fuerzas del sistema stalinista-"rákosista".
La autoorganización en las ciudades del interior del país se caracterizaba por la participación masiva de los obreros, los jovenes y los oficiales locales del ejército. En las aldeas, a su vez, protagonizaban los eventos revolucionarios aquellos campesinos -pequeños propietarios individuales-, que todo el tiempo se habían rehusado a la presión política y a la colectivización de la era de Rákosi. Varios dirigentes de los partidos de coalición de después de 1945, que no se habían desprestigiado, tanto en Budapest como en las poblaciones del interior, llegaron a estar de la manera más natural entre los dirigentes de los comités revolucionarios.
Cada comité nacional de aldea y cada consejo obrero fabril expresaba sobre todo reivindicaciones propias del lugar o específicas de la capa social, que constituían programas de acción concretos que iban más allá del logro de los grandes objetivos de la sociedad y de la nación enteras. Toda organización y toda fuerza política de la capital y la provincia estuvo de acuerdo con la meta triple de la revolución: independencia nacional, estructura política democrática civil y conservación de los logros sociales.
Las autoorganizaciones revolucionarias de los centros de la provincia ejercieron una sensible presión política sobre la dirección del partido y del estado, y concretamente sobre Imre Nagy. A este respecto, su importancia era casi igual a la de los sublevados armados de la capital, ya que sin la presión política que ejercieron, el gobierno de Imre Nagy probablemente se hubiera quedado "a medio camino", entre la plataforma de la oposición partidista y los objetivos revolucionarios.
Mientras que las organizaciones revolucionarias y los sublevados capitalinos insistían en las reivindicaciones del 23 de octubre, en la sede del PTH se libraba una atroz lucha política entre los de la "línea dura", por un lado, e Imre nagy y sus seguidores, por el otro. Al comienzo, Imre Nagy trató de satisfacer al mismo tiempo las exigencias del pueblo sublevado y de tranquilizar a la dirección soviética, preocupada por la unidad y el mantenimiento de la fusión del campo socialista. No obstante, más adelante se vio obligado a tomar una decisión. Vio la política catastrófica de Gerõ y su gente, y tomó en cuenta que para los soviéticos él ya no era un dirigente aceptable. Tenía claro que cualquiera que fuese el desenlace final, sería él a quien le achacarían la responsabilidad. En estas circunstancias trató de influir favorablemente sobre la situación. Prosiguió la lucha en la dirección del partido. Sus adversarios húngaros y los delegados soviéticos que entre tanto llegaron a Budapest, Anastas Mikoian y Mijail Suslov no le tenían confianza a Imre Nagy, pero sabían que sin él, sólo las bayonetas soviéticas podían salvar el sistema comunista. En un principio ni los soviéticos querían esta solución radical, porque temían los efectos y las consecuencias internacionales impredecibles de una eventual masacre masiva.
El 25 y el 26 de octubre parecía que la línea dura y las unidades armadas que acataban sus órdenes eran capaces de obstaculizar el desenlace. El día 25 abrieron fuego contra los manifestantes desarmados reunidos frente al Parlamento, armando una verdadera masacre. En numerosas ciudades del interior, las ráfagas asesinas cobraron centenares de víctimas.
Fue un acontecimiento importante del 25 de octubre, que Ernõ Gerõ, presionado por los soviéticos, dimitió de su cargo de dirigente del partido, y lo reemplazó János Kádár.
El día 27 se formó un nuevo gobierno, en el cual llegaron a ocupar cargos dos personalidades prestigiosas del Partido de Pequeños Propietarios que había reanudado su actividad: el ex-presidente de la república Zoltán Tildy y Béla Kovács, quien había regresado hacía poco de la prisión soviética. Tras tres días de debate, en la madrugada del día 27 al 28, Imre Nagy y los partidarios del desenlace llevaron a cabo, con el apoyo de los dirigentes soviéticos, la transición en el Comité Político: en vez de "contrarrevolución", los acontecimientos se consideraban un movimiento democrático nacional, y se puso fin a las acciones armadas contra los sublevados. El 28 de octubre Imre Nagy decretó el alto el fuego. Durante los dos días siguientes, la dirección del partido y el nuevo gobierno aceptó buena parte de las reivindicaciones revolucionarias. Las tropas soviéticas fueron retiradas de Budapest, el 30 de octubre Imre Nagy proclamó el sistema pluripartidista, o sea, aceptó las proporciones del gobierno de coalición de 1945 y reconoció las autoorganizaciones locales, así como los consejos obreros de las fábricas. Dentro del gobierno se creó un pequeño cuerpo de coordinación política, el gabinete, integrado por Zoltán Tildy, Béla Kovács, Géza Losonczy, lo mismo que János Kádár y Ferenc Erdei. Un asiento fue reservado para los socialdemócratas. Imre Nagy anunció que su gobierno iba a entablar negociaciones sobre la retirada completa de las tropas soviéticas de Hungría. Incorporaron a los sublevados en la milicia que se comenzaba a organizar, y a la cabeza de la cual se había nombrado a oficiales del ejército y de la policía que estaban de acuerdo con la revolución, entre ellos Pál Maléter, Béla Király y Sándor Kopácsi. El 30 de octubre el gobierno disolvió la ÁVH.
En los días siguientes coexistieron paralelamente factores estabilizadores y destabilizadores. La terminación de la lucha armada y las decisiones del gobierno habían traído algo de paz y tranquilidad. Se instituyó la milicia y se inició la organización de los distintos partidos democráticos. Al mismo tiempo, a muchos se les escapaba el odio almacenado contra el régimen anterior, reprimido durante varios años, lo que en algunos casos se manifestó en condenas populares callejeras. El linchamiento que tuvo lugar después del sitio de la sede del partido en la plaza Köztársaság de Budapest, cobró una docena de víctimas. Una parte de las organizaciones revolucionarias y de los grupos sublevados cada vez más radicales desconfiaba en el gobierno desde el comienzo. Exigían que se tomaran decididas medidas ulteriores con el fin de garantizar la independencia nacional. Requerían y urgían que se purgara el gobierno de los antiguos ministros "rákosistas". Los consejos obreros continuaron la huelga.
El 30 de octubre el cardenal József Mindszenty se liberó de su cautiverio. Muchos se agrupaban en torno a él con la intención de formar más adelante un gobierno de orientación cristiana. Aunque en sus declaraciones el cardenal evitaba romper la unidad nacional, repelió la línea seguida por Imre Nagy.
El factor que influyó decisivamente sobre la situación, fue el comportamiento de la dirección soviética. El 31 de octubre y el 1º de noviembre había cada vez más indicios de haberse llevado a cabo un viraje en Moscú y de la inminencia de una nueva intervención armada. Imre Nagy se vio en una situación trágica. El pueblo reclamaba la retirada inmediata de las tropas soviéticas, quería neutralidad y un sistema pluripartidista. El mismo también se lo había imaginado de esta forma, pero pensó que llevarlo a cabo debía tomarse años, haciéndolo de manera gradual. Los soviéticos, sin embargo, querían que Imre Nagy consolidase las condiciones de Hungría de acuerdo con los criterios de ellos.
El primer ministro se vio en una encrucijada histórica. Tomó una decisión, y eligió como solución aceptar las reivindicaciones populares. Sus resoluciones históricas tomadas el 1º de noviembre de 1956 acerca de la salida del país del Pacto de Varsovia y de la declaración de su neutralidad, fueron respuestas prácticas a las medidas intervencionistas soviéticas. Con esta elección histórica, Imre Nagy se enfrentó con los intereses y dogmas de su propio partido comunista y del movimiento comunista internacional dirigido por los soviéticos, y se identificó con las reivindicaciones de la nación.
En los últimos días de la revolución, la declaración de la neutralidad y la salida del pacto de Varsovia promovía claramente el apaciguamiento interno. Los consejos obreros de Budapest emitieron un llamamiento para retomar el trabajo, y los centros provinciales más fuertes aseguraron al gobierno de Imre Nagy de su apoyo. Mayoritariamente se restableció la seguridad pública y se comenzó a limpiar los escombros. Se modificó la composición del gabinete. Los socialdemócratas estuvieron representados por Anna Kéthly, Gyula Kelemen y József Fischer, mientras que el Partido (Campesino Nacional) Petõfi, por István Bibó y Ferenc B. Farkas. Pál Maléter fue nombrado ministro de defensa nacional.
Entre tanto, se produjo una ruptura en el alto mando de la revolución: la noche del 1º de noviembre, János Kádár se fue a la embajada soviética y de allí a Moscú, donde al término de largas negociaciones los días 2 y 3, se encargó de formar el contragobierno. El gobierno de Kádár asume el poder el 4 de noviembre, en contra de la revolución, con la ayuda de bayonetas soviéticas.
El 3 de noviembre los generales del ejército soviético iniciaron negociaciones acerca de la retirada de tropas, pero con el único propósito de encubrir su verdadero objetivo. En el cuartel soviético de Tököl emboscaron y arrestaron a la delegación húngara encabezada por Pál Maléter.
En la madrugada del 4 de noviembre, el ejército soviético lanzó un ataque masivo contra Budapest, y al cabo de pocos días quebró la resistencia de los sublevados que se defendían heróicamente. 19 divisiones con mas de 200 mil soldados atacaron a la población civil de Budapest. La lucha heróica duró 3 días, pero los sovieticos tardaron en apagar los últimos focos de resistencia todavía varias semanas. Imre Nagy anunció la noticia del ataque en un lacónico discurso radiodifundido, para buscar refugio luego en la embajada yugoslava. La huelga política y las esporádicas luchas de retaguardia duraron hasta comienzos de 1957, pero no pudieron cambiar el hecho: la revolución húngara fue derrotada.
En los últimos días de la revolución, la declaración de la neutralidad y la salida del pacto de Varsovia promovía claramente el apaciguamiento interno. Los consejos obreros de Budapest emitieron un llamamiento para retomar el trabajo, y los centros provinciales más fuertes aseguraron al gobierno de Imre Nagy de su apoyo. Mayoritariamente se restableció la seguridad pública y se comenzó a limpiar los escombros. Se modificó la composición del gabinete. Los socialdemócratas estuvieron representados por Anna Kéthly, Gyula Kelemen y József Fischer, mientras que el Partido (Campesino Nacional) Petõfi, por István Bibó y Ferenc B. Farkas. Pál Maléter fue nombrado ministro de defensa nacional.
Entre tanto, se produjo una ruptura en el alto mando de la revolución: la noche del 1º de noviembre, János Kádár se fue a la embajada soviética y de allí a Moscú, donde al término de largas negociaciones los días 2 y 3, se encargó de formar el contragobierno. El gobierno de Kádár asume el poder el 4 de noviembre, en contra de la revolución, con la ayuda de bayonetas soviéticas.
El 3 de noviembre los generales del ejército soviético iniciaron negociaciones acerca de la retirada de tropas, pero con el único propósito de encubrir su verdadero objetivo. En el cuartel soviético de Tököl emboscaron y arrestaron a la delegación húngara encabezada por Pál Maléter.
En la madrugada del 4 de noviembre, el ejército soviético lanzó un ataque masivo contra Budapest, y al cabo de pocos días quebró la resistencia de los sublevados que se defendían heróicamente. 19 divisiones con mas de 200 mil soldados atacaron a la población civil de Budapest. La lucha heróica duró 3 días, pero los sovieticos tardaron en apagar los últimos focos de resistencia todavía varias semanas. Imre Nagy anunció la noticia del ataque en un lacónico discurso radiodifundido, para buscar refugio luego en la embajada yugoslava. La huelga política y las esporádicas luchas de retaguardia duraron hasta comienzos de 1957, pero no pudieron cambiar el hecho: la revolución húngara fue derrotada.