Siempre se ha dicho que una de las intenciones del Gran Kan (Ogodei, hijo de Gengis Kan) en su avance por Asia y Europa era establecer el nomadismo como forma de vida. De ser cierta esta suposición, los europeos nos salvamos de dejar de existir gracias a la combinación de diplomacia y de milicia que logró detener a la Horda de Oro a orillas del Danubio.
No obstante, hoy, ochocientos años después de aquellos acontecimientos, parece que la vieja intención mongol triunfa y se incorpora como valor occidental en la política de la liberal Europa pues, con la denominación y el pretexto de la libre circulación de personas y mercancías, se pretende instaurar cierta forma de nomadismo como forma de vida de la próxima generación.
El nuevo nomadismo (de aquí en adelante, neonomadismo) surge como una necesidad de la política económica liberal capitalista para mantener sus beneficios al permitirle importar y/o exportar mano de obra de todas las categorías laborales allí donde radiquen sus centros de producción.
Para la instauración de este neonomadismo, el liberalismo ha ido modificando progresivamente los valores occidentales a la vez que, poco a poco, ha ido creando las circunstancias objetivas para que la población lo acepte voluntariamente e incluso con cierta alegría, como una nueva forma de vida impuesta por unos supuestos avances sociales y políticos que a todos nos benefician.
Teniendo en cuenta que lo que vincula moralmente a los individuos al territorio en el que nacen y dan sus primeros pasos es la familia y el sentido de sentirse miembro de una comunidad con una historia común, que es la base del patriotismo; el liberalismo capitalista no ha dudado en atacar los valores familiares y en ridiculizar los sentimientos patrios lo que con el tiempo ha conseguido modificar notablemente el concepto de las obligaciones familiares donde se acepta y se asume que lo bueno y progresista es que las jóvenes generaciones se desentiendan de toda responsabilidad hacia sus mayores y hacia la sociedad a la que pertenecen.
Por otra parte, los individuos también se vinculan al territorio materialmente por medio de la propiedad de su vivienda habitual, es decir de un bien inmueble (no movible) a los que en otros tiempos se llamaban comúnmente “Bienes Raíces” y por tener en dicho territorio el medio de ganarse el sustento. En este sentido, es de indicar que curiosamente y como si se tratara de una “campaña de concienciación” llevamos ya muchos años en los que diversos medios de comunicación difunden la idea de que es mejor alquilar que comprar la vivienda y que en realidad la tasa de propiedad de la vivienda en España es mucho mayor que en cualquier otro país europeo más desarrollado, lo que unido al precio que ha adquirido la vivienda en nuestro país, ha hecho en gran medida que haya menos población que pueda tener su vivienda en propiedad.
Ciertamente, cada vez es mayor el número de españoles que jamás podrán tener una vivienda en propiedad, lo cual no es indicativo, tal y como se pretende, de un mayor desarrollo pues los medios se cuidan mucho de explicarnos que en los países como Estados Unidos donde muy poco porcentaje de personas tiene su vivienda en propiedad es porque la mayoría de las propiedad inmobiliarias son propiedad de empresas o de particulares que las dedican para obtener rentas urbanas a través de los arrendamientos.
Así pues, una generación de ciudadanos a la que, desde los medios de información y desde el poder, se le han inculcado las ideas de que no existe responsabilidad familiar que asumir, que la patria es una idea ridícula en los tiempos que corren y a la que, materialmente, se le imposibilita el acceso a la propiedad de la vivienda y no se le garantiza la estabilidad laboral para poder ganarse la vida, es una generación desarraigada y predispuesta a constituir una población nómada.
El neonomadismo que se pretende imponer no es equiparable a la emigración económica tradicional como la que hubo, por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado. En la emigración económica tradicional, la persona que sale de su país para buscarse la vida tiene un destino concreto en el que va a instalarse para trabajar durante un periodo de tiempo más o menos largo, conservando la intención de regresar a su país de origen con el que jamás rompe definitivamente los lazos y donde remite la mayor parte de las rentas que se obtiene por el trabajo consumiendo y gastando muy poco en el país de acogida. En el neonomadismo, la persona que sale de su patria carece de un destino concreto pues siempre está dispuesta a moverse, a desplazarse más allá, a ir más al Este o al Oeste, se asimila al entorno inmediatamente cercano que le rodea en el extraño país con el que se termina confundiendo y finalmente vive “al día” y “sobre el terreno” teniendo muy pocas intenciones de regresar a su país de origen o, en todo caso, solo tiene la intención de retornar una vez finalizada su vida laboral.
De imponerse y aceptarse el neonomadismo como forma de vida, estaríamos ante el triunfo definitivo del totalitarismo economicista porque, no solo sería la materialización de la victoria de la idea de que el ser humano solo cuenta en tanto en cuanto sea susceptible de valoración económica por su capacidad productiva (aquello que Marx denominó “fuerza de trabajo”), sino que además acabaría con las diferencias y culturas nacionales generando grandes beneficios para la economía capitalista de libre mercado al permitirla deslocalizar en cualquier momento y circunstancia los centros de producción industrial situándolos allí donde se puedan generar los mayores beneficios a favor de unos pocos con la seguridad de que tras los mismos se desplazaran masas trabajadoras, más o menos cualificadas y desesperadas en busca de su sustento por lo que jamás les faltará mano de obra dispuesta a trabajar bajo cualquier condición.