martes, 25 de enero de 2011

En Defensa de lo que Somos: Identidad, Escozor de los "Progres"

Dos estudiosos han puesto de relieve causas "políticamente incorrectas" sobre el declive USA. Que curiosamente coinciden con las del europeo. He aquí el por qué "maldito" que se niega.

Eric P. Kaufmann es el autor de un libro titulado Auge y caída de Anglo-América, cuya tesis central es que los Estados Unidos de origen WASP (siglas en inglés de "protestantes blancos anglosajones") , la elite que ha creado aquél país, han cometido lo que podría denominarse un suicidio ideológico. Según Kaufmann los protestantes anglosajones han sido convencidos de que debían renunciar a su hegemonía étnica abrazando las ideas de la Ilustración; principalmente "el individualismo y la libertad". Ambas ideas han conducido al país a la disgregación social y a la inmigración masiva, hasta el actual enjambre multiétnico. La idea no puede ser más provocadora, principalmente en Europa donde la agobiante dictadura político-mediática de la izquierda hace casi imposible hablar de ciertos temas.

Kaufmann, que es lector de política y sociología en el Birkbeck College de la Universidad de Londres, rechaza explícitamente la tesis del declive de la América anglosajona a causa de alguna fuerza externa. Su tesis contrasta especialmente con la famosa obra de Kevin McDonald La cultura de la crítica, cuya tesis dice que el ascenso de intelectuales judíos y de ciertos movimientos políticos al estatus de elite dominante son los motores principales de la decadencia WASP en los Estados Unidos. Así, mientras que Kaufmann sostiene que el ataque anti-WASP es un ataque ideológico, McDonald aboga por un conflicto étnico en la lucha por la construcción de la cultura. Ambos autores, sin embargo, coinciden en que la acción de esta nueva fuerza hegemónica anti-WASP ha minado los fundamentos de la Norteamérica conservadora, al tiempo que ha estimulado vivamente el relativismo social, el desarraigo cosmopolita y la inmigración.

Posiblemente, aunque esto excede de los límites de un artículo como éste, no fuera difícil demostrar que la realidad es una mezcla de ambas teorías; es decir, del suicidio ideológico y del conflicto étnico. Kevin McDonald ha demostrado profusamente en el mencionado libro que intelectuales y académicos estadounidenses de origen judío están sobre-representados entre los grupos que han subvertido el orden tradicional WASP en los Estados Unidos.

Sea como fuere, lo importante de este tipo de textos es que ponen sobre la mesa el papel de las elites en la construcción de los países, por encima de los avatares electorales, que hoy día saturan los medios de comunicación, como si fueran el centro real de la historia que vivimos. Además estos libros se preguntan por algo que deberían preguntarse todos los países y comunidades: se interrogan acerca de qué es lo que somos y qué queremos ser.

Mientras que la mayoría de nuestros compatriotas creen que todo cuanto les rodea es gratis y que ellos son meros receptores de derechos, los "Kaufmann" y los "McDonald" piensan que las cosas buenas de las que disfrutamos son el resultado del esfuerzo de las generaciones que nos precedieron. Su tono de denuncia demuestra que la situación generada no deja de ser preocupante y, sin permanecer ciegos ante los defectos propios, al menos no enseñan como odiarse a sí mismos.

En el caso concreto español puede razonarse, a grosso modo, con los paŕametros que traen a discusión los dos autores anglosajones nombrados, prescindiendo de las contingencias históricas norteamericanas que son muy otras a las nuestras. Guste o no, España no es ni un país sudamericano ni un país "mestizo" del norte de África. España es un país construído y defendido por europeos blancos y cristianos. Lamento que esto no guste a alguien porque da la casualidad que es así y la renuncia a ese marco de referencia es -por mucho que se disfrace- una renuncia a nosotros mismos. El día que España deje de ser alguna de esas tres cosas, el resultado será otra cosa muy diferente de la España que conocemos. Puede que sea "España", pero solo nominalmente.

Por todo lo anterior, en general, los países occidentales harían muy bien, primero, en preguntarse lo que son y cómo han llegado a ser eso. En segundo lugar, desconfiar de toda la basura ideológica, conjurada por el "progresismo" mundial como el peor de los venenos, que nos incitan a abjurar de nuestro pasado. A pesar de que ellos lo pintan como una época infernal y cruel no era, ni por asomo, peor que todos los desastres políticos y sociales que la izquierda mundial ha organizado en todo el planeta sin que nadie -absolutamente nadie- les pidiera responsabilidades por eso.

En el fondo no es más que el vigésimo intento de unas ideas fracasadas por salvar sus periclitadas utopías merced a una incontestable hegemonía propagandística. Me viene a la cabeza, por ejemplo, Jürgen Habermas y sus colegas de la nefasta Escuela de Frankfurt, como casos típicos de intelectuales consagrados a reciclar el peor marxismo y que luego se reconvirtieron ellos mismos en oráculos respetados de la actual ideología dominante, sin ajustar cuentas con su pasado ni reconocer su responsabilidad en el nihilismo social que nos invade.

Por último, todos deberíamos aprender a amar lo que somos como se ama a una madre a pesar de sus defectos, sin olvidar que, hoy por hoy, solo lo nacional constituye una formidable barrera frente al poder único de la mundialización y en defensa de la libertad.

EDUARDO ARROYO.