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lunes, 3 de enero de 2011
La batalla identitaria
La batalla identitaria; o más bien, nuestro «Frente del Ser», contra el no ser de la homogenización, del desarraigo, de la disolución en el mefítico bodrio occidental.
Lucha por existir y resistir, batalla por la autoafirmación y la autodefensa, institución de un proyecto histórico y puesta en marcha de una comunidad de destino. En la época en la que los pueblos europeos están amenazados en su misma supervivencia física, después de haber ya cedido el alma al demonio mundialista, la lucha por la defensa de nuestra identidad, el despertar de nuestra consciencia nacional y la regeneración de nuestra forma étnica adquiere una importancia decisiva, crucial. Pero, sobre todo, ¿qué se entiende con el término «identidad»? Podemos definirlo como el resultante de tres factores: naturaleza, cultura y voluntad. De la naturaleza forman parte las características más estrictamente físicas, biológicas y raciales de un pueblo, su esencia más concreta, la «materia humana». La cultura representa el modo único y original con el que cada pueblo percibe el mundo y su manera de orientarse en él, alcanzando la autoconciencia a través de una confrontación (y/o un enfrentamiento) con la otra parte de sí mismo; también, cultura son las tradiciones, las usanzas, los hábitos, la memoria histórica, las referencias míticas etc. El lado volitivo está constituido por la puesta en marcha de las otras dos primeras, es la plena asunción del dato físico y del dato cultural en un horizonte de sentido determinado por una decisión creadora y fundadora. Voluntad, por lo tanto, es hacerse cargo de la propia identidad bio-cultural, proyectando en el futuro la propia memoria transmutada en proyecto. Este punto en fundamental. Siempre es la voluntad lo que hace la historia, un pueblo que está desprovisto de tal no es nada más que una población, un mero conjunto de individuos sin historia, un simple dato estadístico-demográfico. Nacer en un determinado estado, tener los padres de una cierta nacionalidad, poseer característicos rasgos somáticos, aprender en el colegio determinadas nociones, hablar una cierta lengua, comer determinadas pitanzas; todo ello constituye una identidad sólo en potencia. No basta que se haya pasado el testigo; es necesario quererlo recibir y tener la intención de pasarlo a quien viene después. La elección contraria es muy posible; a tal propósito se pueden ver a tantos intelectuales, políticos, estrellas del show business que escogen conscientemente la vía del cosmopolitismo, del mundialismo, del etnomasoquismo, del desarraigo. Éstos son italianos y europeos tanto como nosotros, pero quieren rechazar esta pertenencia en nombre de una retórica «hermandad universal». La identidad, por lo tanto, puede muy bien ser rechazada. Por otra parte hoy es la elección mayoritaria. Esto es posible porque la apertura de nuestra historia, consecuente con la fundamental libertad humana, consiente también la opción de la salida de la misma historia, lo que equivale a decir la elección de la entropía étnica, cultural, social, ecológica etc. Frente a tal libertad existencial, será entonces nuestro deber escoger la vía identitaria.
Adriano Scianca
De: Alianza Identitaria