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sábado, 7 de agosto de 2010
Eduardo Marquina
Eduardo Marquina Angulo (Barcelona, 21 de enero de 1879 - Nueva York, 21 de noviembre de 1946), periodista, poeta, novelista y dramaturgo español.
Estudió con los jesuitas, antes de instruirse en derecho y filosofía en la universidad. Se ubicó en la lírica modernista y neorromántica y en el drama histórico de corte poético con loas heroicas, que unos han querido ver como nostalgia patriotera-imperial y otros como crítica.
En su desarrollo ideológico partió de postulados izquierdistas para ir pasando con el tiempo hasta posturas más conservadoras, compartiendo correspondencia y tertulia con los nombres más importantes de la intelectualidad española de la época; Miguel de Unamuno, Clarín, Benito Pérez Galdós o Federico García Lorca.
Marquina ha pasado a la historia literaria como la gran figura del drama histórico en los años cercanos a la Primera Guerra Mundial. Habría que añadir a esto su fecundidad como poeta que parte del modernismo catalán y una vida literaria muy amplia. De esta primera época poética destacan “Odas” (1900), “La vendimia” (1901) o “Églogas” (1902).
En teatro triunfa con Las hijas del Cid (1908), a la que siguen Doña María la Brava (1909), En Flandes se ha puesto el sol (1910), quizás la más recordada de todas y El rey trovador (1912).
Escribe luego comedias en prosa de tema contemporáneo, como Cuando florezcan los rosales (1913). Su labor como novelista no trascendió al nivel de sus textos poéticos y teatrales, publicando “Adán y Eva en el dancing”, “El destino cruel” o “Las dos vidas”.
En 1930 es elegido académico de la Real Academia Española sentándose en la silla G. Vuelve entonces al tema histórico, con El monje blanco (1930) y Teresa de Jesús (1932). Por estas fechas (1931) conoce a la actriz mexicana María Tereza Montoya que estaba de gira artística por España y queda impactado por su trabajo escénico, profesandole desde ese momento una admiración permanente y grán cariño, intervino en el homenaje que se le dio de despedida en Madrid junto con Federico García Lorca y Pedro Muñoz Seca entre otros.
Es también autor de la primera letra oficial que tuvo el Himno Nacional Español (Marcha Real), por encargo de Alfonso XIII.
Al final de su vida, se empapó de diferentes sentires y culturas viajando por diferentes países europeos y americanos, falleciendo en la ciudad de Nueva York donde trabajaba como diplomático en 1946.
Adjunto un fragmento genial de su obra ¨EN FLANDES SE HA PUESTO EL SOL¨
Capitán y español, no está avezado
a curarse de herida que ha dejado
intacto el corazón dentro del pecho.
Ello, ocurrió de suerte
que a los favores de un azar villano,
pudo llegar el hierro hasta esa mano,
que tuvo siempre en hierros a la muerte.
Y fue que apenas roto
por nuestro esfuerzo el muro,
salieron de la aldea en alboroto
sus gentes, escapándose a seguro.
Niños, mozos y ancianos,
en pelotón revuelto, altas las manos
como a esquivar la muerte, que les llega
envuelta en el fragor de la refriega,
a derramarse van por los caminos
y los campos vecinos...
Y va su frente y clama
que les tengan piedad en tanta ruina,
dando al aire sus tocas, una dama
que pone, ante la turba que la aclama,
la impavidez triunfal de una heroína.
Corriendo a hacer botín de su hermosura,
la rufa soldadesca se amotina,
y en vano ella procura,
en súplicas, en lágrimas deshecha,
acosada y rendida,
entregando su vida
triunfar de la deshonra que la acecha.
Va a sucumbir; pero en el mismo intante,
una mano de hierro abre a empeñones
el cerco jadente
de suizos y walones,
y el capitán ofrece a la hermosura
la hidalga proteccion de su bravura...
Domeñado y sujeto
queda el tercio a distancia; ella respira:
"Pasad, señora que por mi os admira
y por mi os tiene España por su respeto",
dice, y levanta el capitán ardido
la dura mano al fieltro retorcido.
Y en este punto, el hierro de un villano
parte su vena a la indefensa mano.
No se contrae su rostro de granito
ni la villana acción le arranca un grito;
inclina el porte, tiende a la cuitada
la mano ensangrentada
y vuelve a pronunciar: "Gracias señores;
que si sólo he querido
a la dama y su honor hacer honores,
ahora, con esta herida, habré podido
ofrecerle en mi mano rojas flores."
Ceremoniosamente
pasó la dama, él inclinó la frente,
y en la diestra leal que le tendía
la sangre a borbotones florecía.