Dice Artur Mas que si España quiere ser una sola nación tendrá muchos problemas. Y si quiere ser "varias naciones", un oxímoron, tendrá muchos más. La nación es la base de la soberanía, es decir, del Estado, y el nacionalismo la doctrina que mantiene esa tesis frente a la soberanía personificada en el monarca del antiguo régimen. Por eso los nacionalistas catalanes reclaman sin tregua el título de nación, que, contra la absurda palabrería del Tribunal Anticonstitucional, sí tiene efectos de todas clases, jurídicos y políticos. Si se admiten varias naciones, una de ellas debe quedar en retórica, y no es difícil ver cuál lo es, quizá no en la intención del tribunal, pero sí en una dinámica secesionista que lleva mucho tiempo conculcando leyes y compromisos.
Así, de ser Cataluña una nación, se sentirá naturalmente oprimida al carecer de su propia soberanía y Estado. Lo mismo vale para Vascongadas, Galicia, Andalucía, Canarias o cualquiera nación que vaya surgiendo. Pero en la realidad histórica la nación española existe políticamente desde Leovigildo, y jamás han existidos esas otras naciones pretendidas por diversas castas de políticos ambiciosos y en general corruptos. Cierto que podrían llegar a existir, en caso de que la nación española entrase en tal decadencia que permitiese su disgregación a manos de tales castas políticas. Pues bastantes naciones han sido creadas por los nacionalismos, en lugar de la inversa.
Los nacionalistas periféricos no parten, pues, de la existencia histórica de las respectivas naciones, sino que aspiran a crearlas. Para ello tratan de crear opinión pública y arrastrar a la población mediante una literatura mezcla de victimismo, narcisismo y odio al supuesto opresor. La masiva propaganda desplegada sobre esas bases enfermizas, durante largos años, en rigor desde la quiebra de 1898, asombra por lo falsaria, injuriosa, sentimentalista y cargada de mala fe. Algo de ella he estudiado en Una historia chocante y en Nueva historia de España, pero sigue siendo básicamente desconocida para el gran público, por insuficiente atención política.
Hay cierta diferencia entre el nacionalismo vasco y el catalán, los dos más típicos. El vasco nace sobre un racismo exaltado y aspira a la separación total de la "inferior" España; el catalán, también de fondo racista, vacila entre tres opciones: la secesión radical de Cataluña, la permanencia en un "Estado español" como nación hegemónica, y la orientación hacia unos països catalans también hegemonizados por Barcelona, como ya indica el nombre.
Pese a su extremo narcisismo, estos nacionalismos entrañan un desprecio radical hacia los respectivos pueblos. Pues afirman que estos no solo han soportado siglos de opresión vergonzosa, sino que la han ayudado abyectamente al sentirse y considerarse españoles durante esos mismos siglos. Sentimiento que por lo demás expresa el hecho evidente de que siempre han formado parte, y voluntariamente, de España.
Esos movimientos suelen proclamarse demócratas, pero han traído convulsiones y ayudado a derrumbar los regímenes de liberalismo o democracia en España. Y después de haber contribuido así a traer dos dictaduras, perdieron en ellas toda su agresividad. Han sido una verdadera plaga para España, y en primer lugar para sus regiones.
Estos nacionalismos han disfrutado durante demasiados años de bula para propagar sus distorsiones históricas y políticas, y no cabe duda de que han creado un considerable ambiente antiespañol en varias regiones, a menudo en combinación directa o indirecta con el terrorismo. Pero han llegado a límites peligrosos, que hacen precisa una contraofensiva muy amplia y sin mayor pérdida de tiempo.