José Antonio Primo de Rivera se metió en política para defender a su padre. No estaba de acuerdo con la Dictadura, pero sí sabía de la honrada voluntad de su gobernación. Y dio la cara por él.
La confusa coalición de los de la Unión Patriótica, del “paz, paz y siempre paz”, de su lema, y de los monárquicos amigos del Marqués de Estella, atraparon al joven abogado en un movimiento de opinión.
Confiaban en que fuera la continuación de su padre, el restablecedor de la monarquía, un líder de la derecha. En su Falange inicial, y después, los hubo de todos los colores.
Pero, pensando por su cuenta, llegó a donde nadie pudo pensar. Y los monárquicos del Marqués de la Eliseda, los fascistas del Ansaldo, los nazis, le abandonarían o tendría que echarlos.
¿A dónde quería ir? Los problemas estaban a la vista: La unidad de España y la grave crisis social de signo revolucionario. La supervivencia de cuanto de valor se había heredado, estaba, como ahora, a punto de perderse.
Y leyó, buscó, habló; trató de acordar, de concertar ideas con voluntades. Su evolución personal, desde el discurso de la comedia, aun no había suficientemente estudiado y comprendido. En poco más de tres años recorrió un largo camino que tuvo que asombrar.
Porque José Antonio da la impresión de que, ante la posibilidad de un Frente Popular de izquierdas, que no hacían ascos al partido de la URSS, su propósito fue el de llegar a un movimiento, también de izquierdas, que asumiesen la Revolución que España necesitaba, marginando a los estalinistas antidemocráticos, que estaban próximos a un enfrentamiento radical de los españoles.
Indalecio prieto, que se interesó por los papeles que quedaron en la celda carcelaria de Alicante, declaró por escrito en México que estuvo a punto de ser convencido por José Antonio, como Ángel Pestaña, antiguo secretario general de la C.N.T.
La Falange de José Antonio era la de Manuel Mateo, Matorras, Pérez Solís, Orellana, Olcina, Salaya, Moldes, García Vara, Durruti (hermano del anarco-sindicalista) y muchos más. Y no estaban allí porque José Antonio fuera de derechas, reaccionario, monárquico, sino porque aquel hombre era ya quien proclamaba una profunda revolución basada no en el simple anticomunismo sino en la socialización del sistema financiero y la supresión del régimen capitalista del asalariado en la empresa, para sustituirlo por el de asociación.
Y este José Antonio final no apoyó la participación de sus seguidores en la sublevación del 18 de Julio. ¿Cómo fue posible que cien mil voluntarios lucharan en las filas de Franco que no contaba con más ejército que el de Marruecos? ¿Cómo fue posible que los camisas azules se dejaran utilizar? Habría que preguntárselo a Don Raimundo y a Don Ramón pero ya no pueden hablar.
El 24 de Junio de 1936, el Jefe Nacional de la Falange, desde la cárcel de Alicante, había dado unas instrucciones bien claras:
“Un día sí y otro no, los jefes provinciales reciben visitas misteriosas de los conspiradores de las derechas con una pregunta entre los labios. ¿Podrían ustedes darnos tantos hombres?
Todo jefe provincial de las JONS, de centuria o de escuadra, a quién se le haga semejante pregunta, debe contestarles, por lo menos, volviendo la espalda a quien la formula. Si antes de volver la espalda le escupe en el rostro, no hará ninguna cosa de más”.
A José Antonio lo fusiló en alicante un pelotón de milicianos de PCE. Franco es probable que lo hubiera asesinado también.
A Hedilla le condenaron a dos penas de muerte por ser leal a la Falange de José Antonio y a Pedro Durruti lo fusilaron por predicar la revolución que José Antonio quiso hacer.
La Falange de Franco solo se quedó con el azul obrero, robada al José Antonio que quiso ser. Y así le fue.
Ceferino L. Maestú.